Si nos regalan el auto,
por lo menos, aprendamos a conducir.
El regalo
se da y no se quita;
se recibe y disfruta.
¿Quién no vive agradecido
sin requisitos ni condiciones?
Pero, si lo averiamos,
por no saber conducir,
no esperemos que otro
pague los daños.
Aprendamos sin temor
que el maestro esta en el auto.
Dios tiene el control,
aunque tengamos el volante.